Roma. Año de 1562. Don
Luis Fernández de Córdova y Argote, Alcaide de los Donceles, II
Marqués de Comares y Señor de Lucena recorre los 124 escalones que
separan la Via del Teatro di Marcello de
la culmen de la colina Capitolina, donde
se erige, densa e inconfundible, una basílica. Cruzado el umbral de
entrada, todavía exhausto por la esfuerzo, se detiene ante el icono
que preside el altar mayor. La pintura de Santa María de Ara Coeli
enciende en don Luis las llamas de la devoción y de la inspiración.
Su viaje, que estaba próximo a concluir, iba a privarlo de la
belleza de aquella romana pintura de la que apenas podía desviar su
mirada. Como hiciera la sibila Tiburtina, profetizando a César
Augusto la llegada de Cristo en ese mismo lugar, el noble lucentino
encarga a manos humanas lo que el Cielo había inspirado: la imagen
de María Santísima de Araceli.
Convenientemente
preparada para el viaje, esta vez sin cayado y sin sombrero, cruzó
nuestra Madre el mar para llegar a suelo español el 12 de abril.
Aquel día, el Marqués de Comares desembarcó junto a su séquito en
el puerto de Alicante, ciudad en la que preparó los avíos
necesarios para emprender la marcha, ya por tierra, el día 14,
culminando la primaveral jornada en Albatera, donde hicieron noche.
Al día siguiente, la comitiva descansó en Santomera, siendo los
siguientes destinos Totana, Lumbreras, Chirivel y Baza, localidad
desde la que accedieron a Guadix y, finalmente, a Granada. Desde
allí, a través del antiguo camino granadino, pasando por Loja,
Iznájar y Rute, llegó don Luis, por fin, a Lucena, el lluvioso 25
de abril. La lluvia dio paso a la tormenta en el momento en que el
cortejo se aproximaba al lugar que hoy ocupa la Primera Cruz, donde
el animal que portaba la talla, asustado, se introdujo en la Sierra
de Aras hasta hallar la merecida calma en su cima. Allí, entre jaras
en flor y la intensidad del olor del romero, fue encontrada la Virgen
serrana, ya no de don Luis sino del pueblo, que entendió que su
ermita debía construirse en ese lugar y no en Lucena. El día 27 de
abril de 1562, María Santísima de Araceli era recibida en una
jubilosa Lucena por vez primera, permaneciendo, en aquella ocasión,
en la iglesia de Santiago, que ejercía de templo auxiliar de la
parroquia de San Mateo, para volver tres meses más tarde a su recién
terminada ermita de la Sierra de Aras. Comenzaba así la historia de
amor entre su pueblo, aracelitano desde ese instante, y Santa María
de Araceli. Historia de amor que este año escribirá un nuevo
episodio durante el magno besamanos preparado con mimo para promover
entre los fieles de la Madre dulce y buena
la misericordia que la Iglesia nos pide y que la Humanidad nos
implora y que nos dejará una histórica estampa durante los días 12
y 13 de noviembre.
Antonio Ruiz Granados